Back to series
En cuanto a la actividad propia de cada miembro del Cuerpo de Cristo, es decir, de cada creyente y seguidor de Jesús, existen dos clases de cristianos: El indolente y el diligente. Y si usted ha estudiado las Escrituras sabe que Dios es un Dios de extremos absolutos. “15 Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! 16 Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” (Apocalipsis 3:15-16)
Cómo se describe al indolente: Persona perezosa, floja, apática, ociosa, indiferente, insensible, nada le afecta ni le conmueve, inútil. No produce ningún fruto ni para sí mismo.
“27 El indolente ni aun asará lo que ha cazado; Pero haber precioso del hombre es la diligencia.” (Proverbios 12:27)
Cómo se describe al diligente: Persona siempre activa, dispuesta, atenta, eficiente, pronta para actuar, deseosa de ser útil y de producir fruto constantemente.
“4 El alma del perezoso (i.e. indolente) desea, y nada alcanza; Mas el alma de los diligentes será prosperada.” (Proverbios 13:4)
Les comparto que uno de mis mayores anhelos es que cada uno de los miembros de esta amada congregación, cuando esté en el Tribunal de Cristo, escuche a nuestro Señor Jesús decir: “21 … Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.” (Mateo 25:21)
Es por ello que una de las intenciones de este sermón es que, con toda sinceridad y humildad nos reconozcamos ya sea como cristianos indolentes o diligentes.
Existen en la biblia varios ejemplos de creyentes que fueron diligentes. Esta mañana tomaremos como ejemplo al apóstol Pablo:
“7 Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. 8 Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, 9 y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; 10 a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, 11 si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos. 12 No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. 13 Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, 14 prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Filipenses 3:7-14)
Dios espera que cada uno de sus hijos sea diligente y no indolente de esto no hay duda alguna. Que constante e incesantemente queramos conocer a Cristo Jesús para poder agradarle produciendo fruto. Que sin importar cuántas veces caigamos, prosigamos a la meta, como quien espera, desea, anhela que Su Señor lo premie al final del camino por cumplir y obedecer Su llamado sirviéndole, poniendo en acción, diligentemente, el don que Su Santo Espíritu le ha concedido.
Al analizar mi ministerio, reconozco que he sido indolente la mayor parte del tiempo desde que Dios me rescató. Porque el cristiano verdadero, el seguidor de Cristo, no solamente ejerce su don cada domingo, sino cada día de su vida.
Frecuentemente pienso en los inicios de la iglesia y me digo a mí mismo que debo ser paciente porque el crecimiento del cuerpo de Cristo no lo doy yo, sino el Señor:
“47 … Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” (Hechos 2:47)
“6 Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. 7 Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento.” (1ª a Corintios 3:6-7)
Y creo que me he escudado en esta verdad bíblica para no entristecerme al ver que nuestra congregación no produce fruto y crece no solo espiritualmente sino también en número de miembros, pensando que no depende de lo que yo haga, ni de cómo predique, ni de mi propio esfuerzo, PERO, me confronto con esta pregunta:
¿A cuántos familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo o de escuela, he invitado a venir al templo? ¿O al menos a los estudios bíblicos de cada jueves? Y si los he invitado, qué tan diligentemente he insistido en convencerlos de venir a escuchar la Palabra de Dios?
Y pregunto con un corazón humilde y temeroso de la verdad: ¿Será que mis amados hermanos y hermanas creen que a sus conocidos no les va a “agradar” como predicamos o como enseñamos la Palabra de Dios y por ello no los invitan? ¿O qué otra razón puede haber para que no crezca nuestra congregación?
En estos siete años desde que empezamos a congregarnos hemos visto a varios hermanos asistir al templo por un tiempo, y luego dejar de venir. Algunos de ellos, tristemente, siguen sin congregarse en ningún templo. Otros, no sabemos si siguen en el Camino de Dios o no. Unos pocos, sí encontraron otra congregación y nos alegramos por ellos.
Por otra parte, hemos visto llegar a otros hermanos y hermanas que sí son fieles al Señor y desean servirle de todo corazón, y se esfuerzan por no faltar al templo y a los estudios bíblicos. Y no dejo de darle gracias a Dios por cada uno de ellos. Y creo, firmemente, en que todo pastor debiera preferir tener solamente 1 asistente que sea fiel a Cristo que mil asistentes que no vienen al templo por la razón correcta.
Aun así, estoy cierto que cada uno de nosotros debiera esforzarse diligentemente por traer a muchas más personas al templo y dejar que sea nuestro Padre Celestial Quien decida si deben quedarse a formar parte de esta congregación o no.
CONCLUSIÓN
Hay una advertencia que penetra profundamente en mi corazón y ruego a Dios que también en el suyo: “10 Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová, …” (Jeremías 48:10)
¿Cómo puedo saber si soy un cristiano diligente? Es muy simple. Nuestro Señor Jesús nos deja en claro que podremos identificar a los cristianos diligentes porque producen buen fruto al servir a Dios cumpliendo su ministerio, trayendo personas a los pies de Cristo y al templo, y haciendo discípulos.
“18 No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. 19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. 20 Así que, por sus frutos los conoceréis.” (Mateo 7:18-20)
Así mismo, el cristiano diligente no sólo dará buen fruto, sino mucho fruto.
“8 Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno.” (Mateo 13:8)
En este día debemos confrontarnos a nosotros mismos con esta pregunta: ¿Qué clase de cristiano soy? ¿Diligente o indolente?