JESÚS, RESTAURADOR DE LA ESPERANZA PERDIDA

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.”   (Romanos 5:1-5)

Jesús no es solamente la fuente de esperanza verdadera; Él es también Quien nos restaura y nos rescata cuando perdemos toda esperanza. A menos que nos mantengamos en vela y en oración, muchas circunstancias en nuestra vida pueden desvanecer nuestra fe, nuestra confianza y nuestro optimismo. Los principios bíblicos son la mejor defensa en contra del desaliento y la desesperanza.

Cuando las dificultades parecen implacables, podemos llegar a pensar que nuestra vida está vacía y que parece no tener sentido. Pero el pasaje de romanos nos dice que Dios ve y valora de forma muy diferente las pruebas que Él permite que enfrentemos. Cuando estas situaciones difíciles se presentan, estamos ansiosos de que nuestro Padre celestial solucione nuestros problemas y nos libere del sufrimiento, pero Él siempre tiene una meta de alcance eterno en Su mente. Su propósito en las pruebas es el de producir en nosotros paciencia, que nos lleve a su vez a sentir esperanza, no decepción.

También lo que consideramos como nuestros errores o fallas nos roba la esperanza. Algunas veces la desilusión aparece cuando sentimos que fallamos al no alcanzar nuestras propias expectativas o metas. Esta puede ser una evidencia de que hemos puesto nuestra confianza en nuestras propias capacidades o habilidades y planes en lugar de confiar primeramente en el Señor. Recuerde siempre que: “nuestra competencia proviene de Dios,”   (2ª a Corintios 3:5)

En otras ocasiones tal vez perdamos la esperanza porque, a pesar de nuestros esfuerzos, no podemos salir victoriosos en nuestra vida cristiana. Los hábitos carnales de nuestra vida pasada parecen estar ganándonos la batalla. Pero, así como la falla se origina en nuestro interior, también así la solución, si es que dejamos al Santo Espíritu, que mora en nosotros, tomar el control. Si nos rendimos a Su autoridad y vivimos en total dependencia en Su Poder, Él empezará a transformarnos de dentro hacia afuera.

La desesperanza es una trampa que nos hace sentir miserables y nos impide ver la Luz del Señor. La única forma de salir de ella es enfocándonos en Jesucristo a través de la adoración, oración y deleite en Su Palabra.

Todo lo anterior es probablemente lo último que una persona decepcionada y desesperada quiera hacer, pero, la esperanza está al alcance de aquellos que tienen el verdadero deseo y la voluntad de ver la vida desde la perspectiva de Dios, en vez de verla a los ojos del mundo.

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