Back to series
La mayoría de los seres humanos, en alguna etapa de su vida, se cuestiona acerca de su identidad, de la razón de existir o para qué está en este mundo. Quizá usted, al igual que yo, también se hacía este tipo de preguntas antes de ser cristiano.
Así que, preguntarle a un creyente: ¿Sabes quién eres? puede parecer una pregunta inadecuada, pero en realidad muchos cristianos no entienden su verdadera identidad y aunque luchan para que sus vidas sean reflejo de santidad no pueden entender por qué a veces se sienten fracasados. Las tentaciones y los hábitos pecaminosos les parecen imposibles de superar. Al caer en pecado y volverse a levantar solo para caer otra vez, se preguntan: ¿Es así como se supone que es la vida cristiana?
Mucha de esta confusión, frustración y sentimiento de fracaso es causado por mal entendimiento de quienes somos en Cristo. Así que hay que considerar lo que la Palabra de Dios dice acerca de la identidad de un cristiano. Nuestra experiencia de salvación es un evento único y maravilloso que cambia todo en nuestras vidas aún y cuando no podamos percibirlo del todo. Debemos comprender que ya no somos lo que éramos y nunca volveremos a nuestra antigua condición.
El versículo central de este sermón nos enseña que esta experiencia no es una remodelación de nuestra vieja vida antes de venir a Cristo. Dios no está en el proceso de “parchar” lo viejo para que sea “mejor que antes”. Nuestra vieja naturaleza nunca podría ser reformada o renovada. Dios NO usa nuestra antigua naturaleza sino que crea una “nueva criatura” con una “nueva identidad”.
“17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2ª a Corintios 5:17)
Entonces es preciso entender: ¿Qué es exactamente lo que ha sido hecho nuevo?
Obviamente, no es nuestro cuerpo porque ese se va desgastando cada día y los signos de envejecimiento se notan cada vez más. Jesús le dijo a Nicodemo que era necesario nacer de nuevo para poder ver el Reino de Dios. (Juan 3:3) y luego explica claramente que se refiere a un nacimiento espiritual. (vs. 6)
Esta verdad bíblica se debe entender en todo su contexto. Antes de venir a Cristo, estábamos vivos físicamente, pero muertos espiritualmente. (Efesios 2:1) No teníamos ninguna posibilidad para llegar a Dios y alcanzar la salvación por nuestros propios esfuerzos. Sabemos que el problema empezó con Adán. El único remedio para esta terrible condición es nacer de nuevo espiritualmente. Y eso es precisamente lo que sucede en el momento de nuestra salvación.
1. Recibimos nueva vida espiritual. (Ezequiel 36:26; Juan 14:15-17)
“26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.” (Ezequiel 36:26)
“15 Si me amáis, guardad mis mandamientos. 16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: 17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.” (Juan 14:15-17)
Nuestra anterior naturaleza espiritual ha sido crucificada con Cristo, y su poder sobre nosotros ha quedado inutilizado. Hemos dejado de ser esclavos del pecado porque ahora tenemos un nuevo Señor Quien, a través de Su Santo Espíritu, nos da el poder para obedecerle.
“6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.” (Romanos 6:6)
Pero ¿qué hay acerca de nuestro problema con el pecado? Es decir, si somos nuevas criaturas con una nueva identidad, ¿porque seguimos siendo vencidos por la tentación y el pecado? La respuesta bíblica es que aunque nuestro espíritu ha renacido al recibir la salvación, nuestro cuerpo mortal sigue en su condición pecaminosa (Romanos 7:18) y somos alertados de que tendremos luchas constantes entre nuestro espíritu y nuestra carne mortal. (Romanos 7:22-23)
“18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.” (Romanos 7:18)
“22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; 23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.” (Romanos 7:22-23)
Entonces, ¿cómo podemos sobreponernos al pecado y vivir de acuerdo con nuestra nueva identidad?
2. Nuestra mente es renovada. (Efesios 4:22-24)
“22 En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente, 24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Efesios 4:22-24)
Para interpretar correctamente este pasaje debemos comprender lo siguiente: No estamos renovando nuestra forma de pensar para ser nuevos, sino porque somos hechos nuevas criaturas tenemos una nueva forma de pensar. Fuimos hechos nuevas criaturas en el momento de nuestra salvación. Pero, la renovación de nuestra mente es como el proceso de santificación en el que somos transformados cada vez más a la semejanza de Cristo y a Su forma de pensar.
3. Nos es dada una nueva identidad. (Colosenses 3:5-10) {Cf. Romanos 13:14}
“5 Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; 6 cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, 7 en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. 8 Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. 9 No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, 10 y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno.” (Colosenses 3:5-10)
Debemos dejar de vestirnos con nuestros viejos hábitos, costumbres y formas de pensar. Son como la ropa que ya no nos queda. Ya no se ajusta a nuestro nuevo ser. Debemos mostrar una nueva forma de vida en nuestro diario andar.
CONCLUSIÓN
Si Cristo en realidad vive en nuestro ser a través de Su Santo Espíritu, debemos vestirnos solamente con la “ropa” que sea acorde a Su Persona. Si seguimos vistiendo las viejas ropas de nuestra vida anterior, ¿cómo podría alguna persona ver a Cristo en nosotros? No solamente no nos veríamos diferentes a los demás, sino que estaríamos deshonrando a nuestro “nuevo” Señor. (Lucas 6:46)
Es nuestra responsabilidad como cristianos, permitir que Su Santo Espíritu nos transforme a través de Su Palabra. Cada vez que estudiamos o escuchamos las Escrituras, nuestra mente se renueva y cuando obedecemos lo que aprendemos, nuestro espíritu es reconfortado y se llena de gozo.
“12 Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; 13 soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. 14 Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. 15 Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. 16 La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. 17 Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.” (Colosenses 3:12-17)
Cuando el mundo y satanás nos están bombardeando con tentaciones para intentar volvernos a nuestra vieja naturaleza, recordemos que tenemos una nueva IDENTIDAD. Vayamos a la Palabra de Dios y otra vez, vistámonos de Cristo.
Si usted no es cristiano, no tiene al Espíritu Santo en su interior, su mente sigue dominada por sus propios pensamientos y por la influencia del mundo, nada ni nadie hará que cambie su identidad pecaminosa hasta que acepte y confiese a Jesucristo como su Dios, Rey, Señor y Salvador.