SER CONSOLADO PARA SABER CONSOLAR

Dios nunca desperdicia nada: a menudo nos llama a utilizar nuestro dolor para ministrar a los demás.

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos. Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación.”   (2ª a Corintios 1:3-7)

Job formuló una pregunta desafiante durante su tiempo de sufrimiento: “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (Job 2:10) Incluso la adversidad tiene cabida en el plan de Dios.

Podemos encontrar consuelo en las palabras de Pablo: [Dios] nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación.”  (2ª a Corintios 1:4)

Piense en el tipo de personas que usted busca cuando se siente triste. Busca a alguien que haya sentido su mismo dolor, ¿verdad? Una persona que ha transitado el camino en el que nos encontramos puede entender nuestro sufrimiento y aconsejarnos con sabiduría. Según el apóstol, pasar por una experiencia dolorosa nos prepara para ser un estímulo para quienes tengan que pasar por algo parecido más adelante. Lo que se requiere es que aceptemos la adversidad que Dios ha puesto en nuestro camino y decidamos aprender de la situación.

Dios es el Señor de nuestra vida y tiene derecho a usarnos para consolar y alentar a otros. Como sus siervos, debemos estar dispuestos a recibir cualquier preparación que sea necesaria para cumplir Su voluntad, incluyendo momentos dolorosos.

Incluso en el sufrimiento, podemos confiar en que el Padre celestial nos ama y tiene un plan y un propósito para nuestra vida.

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