“22 En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. 23 Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. 24 Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario. 25 Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar. 26 Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: !!Un fantasma! Y dieron voces de miedo. 27 Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: !!Tened ánimo; yo soy, no temáis! 28 Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. 29 Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. 30 Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: !!Señor, sálvame! 31 Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: !!Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? 32 Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento. 33 Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios.” (Mateo 14:22-33)
El Señor desea hacer muchísimo más a través de las vidas de los creyentes y de su testimonio que lo que estamos dispuestos a permitirle. Creemos que Él puede hacer grandes maravillas, pero el problema es que no estamos ciertos de lo que resultará si se lo permitimos. Consecuentemente, dudamos en confiar total y plenamente en Él aún cuando nos da respuestas específicas acerca de nuestra situación personal.
Vacilar entre la fe y la duda (Santiago 1:6-7) convierte al cristiano en una persona de doble ánimo, inservible para Su Señor. Si deseamos calmar el mar de la fe, debemos primero decidir actuar en absoluta obediencia en ligar de simplemente elegir lo que haremos de acuerdo con lo que vemos, sentimos o percibimos. El apóstol Pedro pudo caminar sobre las aguas porque eligió actuar por fe en lugar de usar su razonamiento. Como creyentes, nunca tendremos una fe fuerte y estable hasta que reconozcamos que creer en Dios es una decisión que no requiere ser racionalizada.
La segunda acción de un creyente que en verdad tiene fe, es centrar su atención en Dios. Cuando nos fijamos en las circunstancias, limitamos nuestra conciencia a lo que percibimos y no vemos lo que Dios desea mostrarnos. Mientras Pedro concentró su atención en Jesús, pudo caminar sobre las aguas a pesar de la tormenta, pero en cuando su mente se centró en la fuerza del viento, empezó a hundirse.
Finalmente, debemos permanecer enfocados en el Señor conservando nuestra atención en Su Palabra. No podemos confiar en lo que vemos, razonamos o sabemos para poder sostenernos y atravesar las tormentas que lleguen a nuestra vida. Pero sí podemos lograrlo si verdaderamente ponemos nuestra fe en las Escrituras.
Elija confiar en que Dios siempre actuará a su favor. Después, fije su atención en Él, y aférrese a las promesas de las Escrituras que se pueden aplicar a su situación. Cuando estas actitudes se conviertan en su forma natural de ser y actuar, dejará de dudar, y Su Padre Celestial, honrará su fe y cumplirá Sus Promesas en su vida.