“ El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 El amor nunca deja de ser …” (1ª a Corintios 13:4-8a)
Los versículos anteriores nos enseñan que el amor “no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.” (vs. 6) Esto significa que los creyentes no deben concentrarse en el daño o el mal que otras personas hacen y, por ello, catalogarlos como gente sin esperanza o como causas perdidas. El amor de Dios en nosotros nos permite odiar el mal que injustamente es causado a gente inocente y, al mismo tiempo, apreciar a la persona que hizo dicho mal. De forma más simple, el creyente debe odiar el pecado pero amar al pecador.
A pesar de todo lo que nos parece mal de aquella persona que se ha dejado llevar por acciones pecaminosas, es una persona que fue creada por Dios con el potencial de convertirse en alguien de buenas actitudes. En el exterior, pudiera ser que la falta de educación, el maltrato, o las influencias negativas corrompieron la moral de esa persona y para el mundo son casos perdidos e irreparables. Para esos individuos, la posibilidad de cambiar y superar sus circunstancias puede estar tan enterrada en su interior que pareciera no existir.
Aún así, Dios considera a la persona más mala y más corrompida, como alguien a quien vale la pena salvar. Cómo sabemos que esto es verdad? “16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16) Muchos de nosotros somos culpables de pensar que nosotros sí merecemos Su amor porque no somos tan malos comparados con aquellos que hacen tanto daño. ¡Es como decir que a ellos Dios no debe amarlos! Pero Dios no piensa de esa manera. Dios ama a todo ser humanos sin importar cuán malo o pecador pueda ser.
Como creyentes, Dios nos llama a tratar con amor a todas las personas y, de no hacerlo, estaríamos pecando contra Su Creador.
El amor, la misericordia y la salvación que el Señor Jesús ofrece, están disponibles para todo ser humano que quiera recibirlos. Jesús no le guarda rencor a quienes lo han rechazado. Y, si se arrepienten, no les tomará en cuenta sus pecados. Él los ama incondicionalmente. Y Él quiere que Sus hijos los amemos de la misma manera.