“16 Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. 17 Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. 18 Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. 19 Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, 20 idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, 21 envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.” (Gálatas 5:16-21)
Muy seguramente, todos hemos sido sorprendidos con la guardia baja por los celos en algunos momentos de nuestra vida. Fue este un ataque espiritual? El diablo te incitó a ser codicioso? Acaso alguien o algo te hizo sentir resentido?
La respuesta a todas estas preguntas quizá te sorprenda. Si entendemos nuestra naturaleza, responderíamos: NO. Los celos se originan en nuestro interior, aún y cuando intentemos culpar a alguien o a algo más. Por ejemplo, cuando decimos en nuestra defensa: “Respondí así porque ellos no debieron hacer eso, no se lo merecen, por tanto, está perfectamente justificado que yo haya sentido o reaccionado así”.
Puede darse cuenta de lo que realmente está pasando? No sólo sentimos envidia hacia los demás, sino que también estamos diciendo que nuestros celos son culpa de otra persona! Eso simplemente no es la verdad. Cada uno de nosotros somos los únicos responsables de nuestros propios sentimientos de envidia.
Los celos son producto de nuestra carne. En la biblia, está listado entre muchos otros pecados como la idolatría, inmoralidad, borracheras, lascivia, brujería, pecados que están en contra de nuestro Dios Santísimo y son calificados como “terrenales, animales y diabólicos”. 13 ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. 14 Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; 15 porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. 16 Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa.” (Santiago 3:13-16)
Los sentimientos de envidia nos llevan a comparar erróneamente los éxitos de alguna persona con los fracasos de otra, que puede ser los de uno mismo, y siempre que hagamos esto resultará en envidia, resentimiento, odio, rencor, codicia e incluso hacernos pensar que hemos sido tratados injustamente. Qué forma más horrible y frustrante de vivir!!!
Pero, aun y cuando los celos son una emoción común y natural del ser humano, dicha emoción NO debe existir en la vida de un creyente. Así que cada cristiano debe razonar objetivamente y ser consciente de las verdaderas motivaciones de las emociones que surgen de nuestro interior. Pregúntese: Ha tenido o tiene en este momento alguna actitud de celos? De ser así, arrodille su corazón y confiese con toda sinceridad esos sentimientos delante de Jesús, y pídale que le limpie de cualquier actitud pecaminosa.