La biblia describe una gran variedad de formas en que los hijos de Dios lo hemos traicionado. Fuimos creados para tener intimidad y comunión con nuestro Padre Celestial, pero nuestros actos de idolatría e injusticia han causado estragos en nuestra relación. Sin embargo, una y otra vez, Dios se revela a nosotros como el Dios de toda misericordia.
Entendemos así que la misericordia no es solo algo que Dios “hace”; sino que nos enseña Quién ES ÉL. Es Su esencia. (Salmos 116:5) Tanto en este versículo como en Éxodo 34:5, el vocablo hebreo que se traduce como “misericordia” también significa “lleno de compasión”. Esta expresión es utilizada frecuentemente en el contexto de perdón. (Salmos 78:38) Y es en esos momentos, en que nos sabemos perdonados por Dios, cuando más percibimos Su misericordia, pues no sólo nos perdona, sino que nos hace cambiar de rumbo para nuestro bien.
A diferencia de nuestro Padre Celestial, nosotros no somos siempre misericordiosos con los demás. De hecho, muchos seres humanos son acusados de tener un corazón frío y casi inhumano. En contraste con ello, la misericordia de Dios está siempre accesible y es inagotable. (2ª de Samuel 24:14)
También el profeta Jeremías encontró esperanza en el carácter inquebrantable de Dios. (Lamentaciones 3:22) Este versículo nos dice que Dios es la gran esperanza para los pecadores, los cuáles podemos depender y descansar en la certeza de Su amor, porque Él nos amará aún y cuando hayamos sido infieles.
Así mismo, aunque sabemos que nuestro Dios es “tardo para la ira” (Joel 2:13) haremos muy mal si nos atrevemos a probar Su paciencia. El pueblo de Israel tuvo que sufrir varias veces el juicio de Dios, cuando lo “forzaban” a dejar a un lado Su misericordia. Y aún en esas situaciones, en estéril tierra del exilio, ellos sabían que Dios no los abandonaría completamente sino que tenían la esperanza de que Dios les recibiría nuevamente por Su misericordioso amor. (Nehemías 9:17, 19, 31)
Por otra parte, la más grande revelación y demostración de la misericordia Divina, la recibimos a través de un Salvador Misericordioso… Jesús. Cuando María recibió la noticia de que estaba esperando al Salvador, se regocijó y alabó a Dios reconociendo precisamente Su Misericordia. (Lucas 1:50, 54-55)
También Podemos ver en el ministerio de Jesús, muestras constantes de Su propia misericordia. (Mateo 15:22; 17:15; Marcos 5:19; 10:47-48) Y Su sacrificio en la cruz es la mayor prueba de compasión, perdón y misericordia de Dios. En la cruz, Jesús cumplió ampliamente el requisito de Dios para ser declarado Justo y así podernos liberar de nuestra condición de muerte eterna. Vemos en Jesús toda la magnitud del amor de Dios Quien ES a su vez: “rico en misericordia” y “Padre de misericordias…” (Efesios 2:4; 2ª a Corintios 1:3)
Finalmente, por la misericordia de Dios nos ha hecho Su iglesia. (1ª de Pedro 2:10)
La misericordia de Dios nos mueve a adorarlo. Cuando reconocemos la magnitud de la compasión de Dios a nuestro favor, hace que fluyan desde lo profundo de nuestro corazón el deseo de demostrarle nuestra devoción y el amor a Él con todo nuestro ser (Romanos 12:2) y ofrecernos enteramente para servir a Aquel Quien una vez y para siempre, se ofreció a Sí Mismo por nosotros.