Back to series

12 Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. 13 Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. 14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. 15 Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.”    (Juan 15:12-15)

Cuando vamos por la calle, consciente o inconscientemente, clasificamos a la gente que se cruza en nuestro camino, aún sin conocerlos personal o íntimamente. Lo mismo sucede con nuestros familiares, compañeros de trabajo o escuela, etcétera. Cualquier persona que Dios nos permita conocer, recibe, sin pedirlo ni solicitarlo, una evaluación psicológica y, a veces, hasta física, de parte nuestra.

Luego, en la primera oportunidad que se nos presente, al hablar con alguien de nuestra confianza que también le conozca, externamos los resultados de nuestra evaluación para ver si encontramos quien la apoye o, quien al menos coincida lo más posible con nuestro criterio.

Es por ello que algunas personas, incluidos los creyentes han construido muros en su vida para evitar que otras personas se les acerquen o los lastimen. Sin embargo, no es así como Dios quiere que vivamos. El Señor nos creó para Él, pero también nos hizo para relacionarnos con los demás. Pero, ¿cómo podemos lograrlo si de antemano ya nos formamos un criterio de todas las personas y, con base en ese criterio, ya determinamos con quienes sí y con quienes no deseamos entablar una relación de amistad?

Después de cada fase de la creación, Dios dijo que estuvo bien, excepto una. Cuando creó a Adán y lo puso en el huerto, dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18) Por tanto, formó a Eva y la dio a Adán para que fuera su ayuda y su compañera. Solo entonces pudo Él decir que todo lo que había creado “era bueno en gran manera.”   (Génesis 1:31)

Nuestra sociedad hace que sea fácil mantener alejadas a las personas. En vez de una conversación sin prisa y en persona, normalmente preferimos enviar mensajes de texto rápidos o correos electrónicos. Estos medios nos permiten acumular muchos “amigos”, pero una amistad verdaderamente estrecha requiere una comunicación mucho más profunda. En vez de simplemente conocer información acerca de nuestros contactos, los verdaderos amigos saben lo que hay en el corazón de ellos.

Los cristianos, de entre todas las personas del mundo, tenemos el potencial más grande para cultivar relaciones auténticas. Tenemos al Espíritu Santo, quien nos capacita para cultivar amistades que nos satisfacen y nos ayudan a crecer espiritualmente. Cuando nos relacionamos sinceramente con nuestros hermanos en la fe, nos convertimos en aliados y nos edificamos unos a otros para llegar a ser cada vez más semejantes a Cristo.

En sus últimas instrucciones antes de la crucifixión, Jesús nos dio un modelo en cuanto a la amistad. (Juan 15:12-15) La base para esta clase de relación se encuentra en el versículo 12: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado”. Para poder amar a los demás como Cristo desea, hay al menos cinco cualidades esenciales:

  1. Necesitamos ser sensibles:  (Salmo 142:4) En vez de estar preocupados por nosotros mismos y por nuestros intereses y nuestras responsabilidades, debemos aprender a ser conscientes de las necesidades, los deseos, las cargas y los sufrimientos de los demás. Muchísimas personas se sienten hoy como David. Todos anhelamos saber que alguien se preocupa por nosotros, y que sea sensible a nuestra situación y a las cargas que nos agobian.
  2. Sujetarnos unos a otros:   (Efesios 5:21) La verdadera amistad nunca se desarrolla si una persona domina a la otra. Debemos ser considerados con las preferencias, el temperamento y los puntos de vista de nuestros amigos, porque cada uno de nosotros ha sido creado de manera única por Dios. En vez de juzgar o intentar cambiar a la otra persona o de controlar la relación, necesitamos aprender a soportarnos y aceptarnos unos a otros, sin criticarnos.
  3. Estar dispuesto al sacrificio del yo:   (Juan 15:13) Puede ser que no tengamos que morir físicamente por alguien, pero habrá ocasiones en que debamos sacrificar los deseos y los planes que tengamos, para ayudar en tiempos de adversidad. La amistad no siempre es cómoda, y a veces requiere la muerte de nuestro orgullo. Los amigos verdaderos, también se caracterizan por estar dispuestos a reconocer cuando se han equivocado, y a pedir perdón.
  4. Compartir:   (Juan 15:15) Jesús vivió con sus discípulos durante unos tres años, compartiendo con ellos su vida, su corazón y las palabras de Su Padre. Esta es la clase de actitud abierta que se requiere para la verdadera amistad con otra persona. Tenemos que correr el riesgo de ser vulnerables para mostrarnos tal como somos en realidad, ya que la percepción que tengamos de nosotros mismos puede estar equivocada y, si abrimos nuestro corazón a un amigo sabio, a través de él o ella, Dios puede mostrarnos con mayor precisión cómo nos ve el Señor. Y si hemos tratado de evitar que Dios se nos acerque demasiado, un amigo puede también animarnos a abrirnos al Señor.
  5. Sinceridad total: Después de que Dios nos ha permitido conocer a alguien, en nuestro carácter cristiano, ya no pueden existir pensamientos ni frases como: “me cae mal” o “no lo soporto”, ni ningún otro comentario que denote desamor hacia ninguna persona. (Colosenses 3:9-14)

CONCLUSIÓN

Crear barreras para que no nos conozcan no solo mantiene alejadas a las personas, también obstaculiza las bendiciones que vienen a nuestra vida con las amistades que Dios nos da.

Por otra parte, si conocemos a alguien a quien no consideramos dentro de nuestro círculo de amigos o si tenemos amigos no creyentes, lo mejor que podemos hacer por ellos, es traerles a los pies de Cristo.

No hay mayor muestra de amor, que compartirles la Verdad que nos ha hecho libres y que nos garantiza la vida eterna.

Print your tickets