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La sociedad, las filosofías mundanas e incluso nuestros familiares nos inculcan a buscar la seguridad en nosotros mismos. Nos dicen desde temprana edad: “ten fe o cree o ten confianza en ti mismo”. Y con esa mentalidad, mucha gente ha logrado “éxito” en sus carreras. Por ejemplo, vemos a los atletas que, sin tomar en cuenta a Dios, pero con mucha destreza en el deporte que practican, logran acumular triunfo tras triunfo. O el que es hábil en las finanzas o en los negocios, acumula cada vez más riquezas materiales.

Pregunta: ¿Han visto o conocen a una persona rica, sobre todo si siempre ha sido rica, que tenga fe en Dios? Son pocos los ricos que se convierten de verdad al cristianismo y que dedican su riqueza material a la obra de Dios.   (Lucas 18:22-25)

Ahora, tener fe en uno mismo, no tiene nada de malo. Es decir, confiar en las habilidades y capacidades con las que Dios nos creó, más aquellas que vamos desarrollando a lo largo de nuestra vida para conseguir éxitos materiales, no tiene nada de malo, siempre y cuando lo hagamos de forma honesta y que, acumular riquezas NO sea nuestra prioridad, sino siempre buscar la voluntad de Dios.

Pero hablemos de otro tipo de fe, aquella que es fuerte y poderosa en sí misma y que NO depende de quienes somos, ni de lo que sabemos, ni de qué capacidades o habilidades tenemos, sino que, por el contrario, nace precisamente por causa de nuestras debilidades y limitaciones, es aquella fe que proviene del Espíritu Santo.

Dios quiere que Sus hijos seamos ricos en fe. Es decir, que tengamos fe en abundancia. Pero, ¿cómo mido mi fe? ¿Cómo puedo comprobar que en verdad soy rico en fe?

“Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe. Entonces el Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería.”   (Lucas 17:5-6)

Con éste y otros ejemplos de los mismos apóstoles podemos aseverar que todo cristiano alguna vez en su vida ha dudado, es decir ha flaqueado su fe, o al menos se ha preguntado a sí mismo el significado real de tener fe. Se cuestiona, sobre todo, en los momentos de prueba cuando es mucho más difícil demostrar que tenemos fe. Porque esa es la principal característica de la fe, es decir, nuestra fe debe ser visible a todos.

“Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.”   (Santiago 2:17-18)

Veamos, con base en las Escrituras, ejemplos de cómo puedo demostrar mi fe, usando ejemplos bíblicos de para qué sirve o ha servido la fe:

  1. 10:38a Sirve para poder vivir en éste mundo (Habacuc 2:4)
  2. 39b Sirve para asegurar que nuestra alma vivirá para siempre
  3. 11:2 Sirve para que tengamos buen testimonio, precisamente al demostrar que vivimos por fe, que no flaqueamos
  4. 11:3 Sirve para entender = comprender = dar por cierto/verdadero (cf. V. 1 “lo que no se ve”) Ej. La Nueva Jerusalén
  5. 11:4 Sirve para saber qué clase de sacrificios acepta Dios
  6. 11:5-6a Sirve para agradar a Dios
  7. 11:6c Sirve para ganar galardones
  8. 10:36 y 11:7-9 Sirve para obedecer sin cuestionar
  9. 11:1, 10 Sirve para saber esperar
  10. 11:11 Sirve para fortalecer nuestro cuerpo
  11. 11:13 Sirve para morir en paz y con gozo por lo que nos espera
  12. 11:23-26 Sirve para separarnos del mundo (cf. 1ª de Juan 5:4-5)
  13. 11:27 Sirve para no temer
  14. 11:29-30 Sirve para presenciar milagros (Ej. Enfermos sanados)
  15. 11:32-34 Sirve para vencer a los enemigos y triunfar
  16. 11:36-38 Sirve para soportar las pruebas y los sufrimientos

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, (cf. 10:36) puestos los ojos (poniendo nuestra fe) en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.”   (Hebreos 12:1-2)

Finalmente, la fe también sirve para orar:

“Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.”   (Santiago 1:5-6)

CONCLUSIÓN

La fe es infalible en sí misma, es imposible que falle, siempre nos lleva a la victoria. No depende en nada de lo que somos, hacemos, sabemos o tenemos. Entonces, ¿a qué le tenemos miedo? Dicho de otra forma, ¿en qué no eres rico en fe?

  • Temes salir a evangelizar dudando de que Dios te puede usar.
  • No tienes fe en dar tus diezmos y ofrendas porque crees que te va a hacer falta algo.
  • Temes alejarte de “tus amigos” porque al hacerlo perderás algo. Es decir, ¿no puedes separarte del mundo?
  • Finges aceptando ciertas conductas equivocadas para evitar ser rechazado, afectando así tu testimonio y estorbando a Dios para alcanzar a los perdidos.
  • ¿Te derrumbas ante las pruebas? ¿Crees que hay algo imposible para Dios?

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