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Permanecer y Perseverar son sinónimos de una misma actitud que se describe como la determinación a no dudar, no flaquear, no rendirse, sino mantenerse firmes en aquello que hemos aceptado como la verdad absoluta, lo que forma nuestro carácter, nuestras convicciones, nuestra forma de vida y la base sobre la cuál tomamos todas nuestras decisiones.
Esta actitud es tan importante para nuestro Padre celestial que la mencionó más de 140 veces en las Escrituras. Cuando vemos esto, no nos queda duda de la importancia de hacerla parte de nuestra forma de ser, pensar y actuar, siempre permaneciendo y perseverando en obediencia a Su Palabra. Si es tan importante para Dios, sin duda debe ser igual de importante para nosotros.
En el pasaje principal veremos el impacto que esta actitud tendrá en nuestras vidas, en nuestra familia, en la congregación, y en nuestra relación con la sociedad:
“12 Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre. 13 Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre. 14 Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. 15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16 Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, {Cf. Gálatas 5:19-21} los deseos de los ojos, {Cf. Génesis 3:6; 2ª de Samuel 11:2; Mateo 5:27-29} y la vanagloria de la vida, {Cf. Mateo 4:8-9; Santiago 4:16} no proviene del Padre, sino del mundo. 17 Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1ª de Juan 2:12-17)
El análisis de este pasaje es el siguiente:
“12 Os escribo a vosotros, hijitos, Se dirije a sus “hijos espirituales”, aquellos que el apóstol Juan evangelizó y que pusieron su fe en Jesucristo. Así lo entendemos cuando dice: “porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre.”
Luego divide en dos categorías a esos mismos “hijos espirituales”: Padres e hijos:
“13 Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. (i.e. Jesucristo) Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. (i.e. satanás)
“Os escribo a vosotros, hijitos, (i.e. cristianos inmaduros) porque habéis conocido al Padre. 14 Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. (i.e. Jesucristo) Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno.” (i.e. satanás)
Después de estos reconocimientos, nos advierte, exhorta y amonesta respecto de la relación con el mundo. La palabra “mundo” en este pasaje se refiere a la humanidad. Incluye obviamente a la sociedad, las falsas religiones y filosofías, las modas, el deseo de buscar riquezas, prosperidad, y a dejarnos llevar y ser vencidos por las tentaciones que el mundo ofrece llevándonos a buscar satisfacer los placeres carnales:
“15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. 15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16 Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, {Cf. Gálatas 5:19-21} los deseos de los ojos, {Cf. Génesis 3:6; 2ª de Samuel 11:2; Mateo 5:27-29} y la vanagloria de la vida, {Cf. Mateo 4:8-9; Santiago 4:16} no proviene del Padre, sino del mundo. 17 Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1ª de Juan 2:15-17)
Primero analicemos la siguiente verdad central: “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.”
Esto quiere decir que lo que diferencia a un verdadero creyente de uno que pretende o cree serlo es que aquel que en verdad ha rendido su vida a Dios, tendrá el amor de Dios morando en su interior, y esa realidad le permitirá amarlo a Él por sobre todos y todo. Mientras que el no creyente, seguirá amándose a sí mismo y a lo que hay en el mundo, antes que a Dios.
Para entender completa y correctamente la exhortación es necesario aclarar algunas palabras de este pasaje:
- “No améis” (ágape) Es decir, no améis con la clase de amor que únicamente le corresponde a Dios. { Juan 21:15-17}
- La “concupiscencia de la carne” “la concupiscencia de los ojos = los deseos carnales, la lascivia, la lujuria, las miradas obscenas. (= Adulterio)
- La “vanagloria de la vida” = la ostentación y jactancia de los bienes de este mundo.
“16 Porque todo lo que hay en el mundo, … no proviene del (i.e. “no es del”) Padre, sino del mundo. 17 Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”
De modo que, como TODO lo que hay en la humanidad carnal no es de Dios, sino del “príncipe de este mundo”, (Juan 12:31; 14:30; 16:11; Efesios 2:2), como hijos del Padre no debemos dejarnos llevar por nada de lo que el mundo ofrece, porque TODO lo que hay en “el mundo pasa, y sus deseos”, PERO, “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”
CONCLUSIÓN
El apóstol Juan “felicitó” a sus hijos espirituales por varias razones:
- porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre.
- porque conocéis al que es desde el principio.
- porque habéis vencido al maligno.
- porque habéis conocido al Padre.
- porque habéis conocido al que es desde el principio.
- porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno.
De estas felicitaciones debemos concentrarnos en la exhortación principal: Dedicarnos a conocer a Dios Padre, a Su Hijo Jesucristo y permaneciendo en Su Palabra, nos dará la fuerza para vencer al mundo y al maligno.
“1 Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. 2 No os conforméis a este siglo, (i.e. mundo) sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:1-2)